El segundo gol selló el partido, con un golpe de knockout y varios tiros de gracia posteriores. La vergüenza deportiva brasileña obligó al equipo a ir en búsqueda del descuento, pero la historia ya estaba escrita desde los 10 minutos iniciales, cuando Alemania se dio cuenta de que atrás de Hulk, a espaldas de Marcelo y sobre la salida de Dante los brasileños les indicaban por dónde atacar. El resto fue fácil para los germanos, quienes se entretenían ante cada llegada, como si estuvieran practicando en una cancha de papi fútbol.
No solo el poderío
alemán brilló en su máximo esplendor, sino que Brasil ofreció su peor versión.
Igualmente, ambos seleccionados venían perfilándose para este destino, aunque
el resultado estuviera muy lejos de cualquier premonición. El conjunto local jugó
mal durante toda la Copa, bajo la rigidez de un esquema táctico que nunca
sintió y que tampoco tuvo a los jugadores idóneos para ello. Brasil fue un
equipo muy liviano, que apenas tuvo respuestas anímicas cuando Thiago Silva y
David Luiz ocuparon la zaga conjuntamente o cuando Neymar apilaba rivales para
generar peligro a los rivales. Las ausencias y sus reemplazos fueron diminutos
para una selección que comenzó su partido de semifinales con voracidad, pero
estratégicamente muy estirada y ofreciendo espacios a los prusianos.
La principal virtud
alemana fue la defensa, ya que impidió cualquier invasión en su área y salió
rápidamente de contragolpe. Khedira fue el primero en darse cuenta de los
factores negativos del “scratch” y jugó un partido memorable, recuperando el
balón en su campo, trasladándolo o entregándolo siempre con criterio y
generando avances peligrosísimos, sobrepasando holgadamente a Fernandinho o
Luiz Gustavo. El trabajo de Muller por el sector derecho fue tan impecable que
Marcelo brindó el papelón de su vida. Chocaban el peor lateral en retroceso de
la Copa y el mejor ofensivo externo del certamen. Para colmo, Dante, el
reemplazante de Thiago Silva jamás reaccionó con rapidez para anticiparse y fue
muy lento a la hora de intentar marcar.
Esta fragilidad
brasileña se vio reflejada en todas las líneas porque el mediocampo
prácticamente careció de elementos, siendo una zona permeable para los rivales
y asimismo un factor negativo para la creación. Así, el criticado Fred ninguna
vez pudo quedar mano a mano con algún arquero en este Mundial. Brasil fue de
mayor a menor, demolió su estructura partido a partido y el final fue
previsible, aunque no de la forma en que se dio en esta semifinal aplastante.
Los germanos eran los
grandes candidatos a conquistar el certamen, producto del trabajo que viene
desempeñando el seleccionado desde hace varios años, aprovechando una
generación de jugadores notable y una idea de juego ambiciosa, ordenada y
precavida. Apoyados en un arquero-líbero formidable, una defensa sólida y
experimentada, que también cuenta con los mejores volantes del planeta (Khedira
y Schweinsteiger) y que arriba no perdona (Muller, Klose y un espléndido Kroos).
La dinámica y el despliegue son sus claves. Aunque falte un partido, Alemania
ya desplazó a España como el rey del fútbol mundial.