Generalmente, el camino hacia
triunfo se construye con buenas ideas, proyectos adecuados y una insistencia
inquebrantable. Pocas cosas están libradas al azar. En el deporte, algunos
creen que solo jugando se logra el éxito. El entrenador de la Selección
Argentina, Edgardo Bauza, deslizó un pensamiento polémico y emparentado con el
período más arrogante de la historia del fútbol.
La Selección Argentina atraviesa un momento dramático. Drama es una palabra
que proviene del griego, “δράμα”, y que significa hacer o actuar (decidí tener a mano una enciclopedia y
utilizar los términos adecuados para que nadie se sienta ofendido). En la
antigua Grecia, una obra dramática culminaba indefectiblemente con un momento
fatal y en el siglo XIX los dramas se subdividían en trágicos o cómicos. Así
podríamos avanzar hasta llegar al uso cinematográfico del término, que es similar
en la práctica periodística.
Hace unos días, Edgardo Bauza brindó una charla en una escuela de
periodismo, donde fue consultado sobre los permanentes cambios en la conducción
de la “albiceleste”, comparando la situación de otras Selecciones que conservan
una línea, y -cual Cyrano de Bergerac-,
el director técnico intentó “liberarse
del peso de las cadenas que arrastra, al burlarse de su propia desgracia”. Así,
desde la garganta del entrevistado brotó una oración tan soberbia como infeliz:
“gracias a Dios no somos Alemania”; el actual campeón del mundo...
A continuación, “El Patón” elaboró contestaciones evasivas a los problemas
centrales, deslindando su responsabilidad ante lo que parece imposible de
lograr: preparar, armar o idear un equipo. “Argentina nunca tuvo una identidad.
La que tuvo fue la identidad del técnico de turno. Pasa desde el año 50 y va a
seguir sucediendo. Somos diferentes”, reflexionó Bauza, días después de jugar
ante Brasil y Colombia, duelos por las Eliminatorias Mundialistas y que
fluctuaron entre lo fatídico y lo cómico.
El técnico argentino cayó en la respuesta fácil: se mostró irrespetuoso con
equipos exitosos, soberbio en la exposición de su idea y decididamente negado al
cambio. Bauza retrocedió hasta el período más altanero de nuestro fútbol,
cuando los protagonistas creían que “con la nuestra” era suficiente para
demostrar que éramos –en teoría- los
mejores del mundo.
La historia moderna del representativo nacional se forjó en base a la tarea
de entrenadores que dejaron su huella -para
bien o para mal, según el caso- con diversas generaciones de futbolistas de inagotable talento.
Hasta la conducción de César Luis Menotti, la arrogancia localista ensombrecía
el potencial de sus jugadores, bajo ideas aislacionistas y creencias
surrealistas del teórico poderío porteño. Aquellos actos de soberbia fueron sellados
con la desastrosa participación en la Copa de Alemania 1974. Y en tiempos donde
la dialéctica superaba cualquier esfuerzo, Argentina se coronó campeón en el
Mundial de 1978.
El trabajo de Menotti –sí, por
supuesto que laburó- fue acorde a las necesidades de un representativo arruinado y
que no sacaba la cabeza del pozo: había que impulsar el desarrollo de
jugadores, concebir un planeamiento estratégico, diagramar el seguimiento de
futbolistas foráneos y de los juveniles y lograr cierta competitividad con
equipos de nivel. Además, urgía la búsqueda de un modo de juego que
identificase a los miembros del plantel.
Desde Menotti en adelante, la Selección fue un equipo verdaderamente competitivo
y, en varios periodos, supo construir una identificación determinada. Entrenadores
como Carlos Bilardo –aunque en las antípodas de aquel-, Alfio Basile o Marcelo
Bielsa, también dejaron su marca, imponiendo estilos de juego según la época y explotando las habilidades de los futbolistas. Sin embargo, eso no ocurre desde 2006 hasta la fecha. Pasaron
10 años y Argentina subsistió solamente por obra y gracia del talento de los jugadores, quienes son igualmente responsables en los fracasos, producto de
las relaciones interpersonales y de sus roles equívocos dentro de los grupos de
trabajo.
En un contexto desfavorable, “El Patón” únicamente acertó en calificar a la
Selección Argentina de “no estructurada” y de “poco aburrida”, y agregó: “el
fútbol es una impronta. Nosotros tenemos eso de romper un esquema, una
situación”. Por lo tanto, a modo de ejemplo, Bauza piensa que todo se reduce a
la decisión de un jugador de gambetear hacia adentro o hacia fuera o dar un
pase a tal o cual jugador.
Para el ex panelista de Fox, las estructuras de España, Chile o Alemania
están por encima del buen juego que pregonaron. Y Bauza se atrevió a ningunear a
dos campeones del mundo y al bicampeón de América por tratarlos de “organizados”;
como si el orden fuera sinónimo de “aburrimiento”, ineficacia o, simplemente,
de un fútbol mal jugado. Estos ataques hacia “las estructuras” son
contradictorios en él, ya que sus equipos jamás demostraron rebeldía y siempre fueron
bastante ordenados…
Con Menotti, Bilardo, Basile, Pekerman o Bielsa, Argentina contó con una
identificación característica, pero Bauza cayó en la trampa de su ley, cuando
se consideró “diferente” por dirigir a un equipo que -según él- carecerá de identidad,
ambición y orden. En definitiva, el director técnico argentino se dedicó a
abrir el paraguas para que en un probable futuro adverso pueda sacar la carta
de “yo lo dije antes”. Paradójicamente, Rostand parafraseó en su Cyrano: “Un pesimista es un hombre que cuenta la
verdad prematuramente”…